Descobijada
Descobijada y sola se veía Lucía, un día de después de perder a su amado, Jorge Luis. Murió a merced del hampa en las entrañas de ciudad perdida. El deseo de correr ahora la impulsa a agarrar un arma e ir por él, por el asesino, el muy conocido “Pelao”, un joven de 23 años que ha vendido su alma por el polvo mágico, las preguntas: ¿Por qué lo haría? ¿Por qué Jorge Luis? Lucía salió y al encontrar el lugar, entró y consiguió una habitación conocida, un lugar abandonado, que desde su niñez ella no visitaba, unas ruinas de paredes destruidas, una mesa, un sillón, apretó el arma, la tomó con fuerza y por su cuerpo las señales de alto, le alteraban los nervios, una música, genero Hip Hop, y unos quejidos que provenían de una habitación. Respiró profundo y por sus ojos el dolor brotaba, cálidas gotas de venganza. Dos habitaciones, una puerta abierta y la otra entreabierta. Consiguió al hombre y escupió su cara. "!Por favor no me mates!", dijo él, al ver el arma en su nariz, más chorreado que palo'e gallinero. Yo no tengo la culpa él me mandó. "¿Quién dijo ella?", buscando una respuesta concreta. Lucía apuntó su cabeza y a empujones entró en la habitación, pero la muerte no era tan fea, las heridas se desgarraban justo en el momento que vio ese rostro. ¡Qué maldición! enterarse de quien era el autor de semejante desastre ¡Tú!, no ¡Tú, no! Tiró el arma y cayó de rodillas. Él la miró y pidió perdón, ¡Perdóname! Hermana, pero tenía que hacerlo.